24 de Noviembre, 2023
Actualmente, 400 millones de personas en todo el mundo carecen de acceso a los servicios de salud más esenciales, mientras que cerca de 130 millones de personas necesitan asistencia humanitaria.1
Asimismo, unos 100 millones de personas se ven sumidas en la pobreza, cada año, a causa de los gastos que implica la atención médica y, por si fuera poco, se estima que para 2030 habrá una carencia de aproximadamente 18 millones de profesionales de la salud en todo el mundo.1 Por estas y otras razones, no es de extrañarse que cada vez más personas recurran al autocuidado y la automedicación como método para resolver sus problemas de salud más inmediatos.
El autocuidado se define como la capacidad que tienen las personas, familias y comunidades de promover y mantener la salud, prevenir enfermedades y hacer frente a discapacidades con o sin el apoyo de un profesional de la salud; esto incluye prácticas como la prevención y el control de enfermedades, la automedicación, la atención a personas dependientes, la búsqueda de atención primaria de salud, especializada u hospitalaria cuando sea necesario, y la rehabilitación, incluidos los cuidados paliativos.1
La automedicación, por su parte, es un comportamiento que consiste en la autoadministración, o administración a otros individuos, de medicamentos por fuera de la prescripción, o alterando la prescripción de un profesional de la salud.2
En algunas sociedades, la automedicación con antibióticos y otros antimicrobianos es una costumbre muy arraigada, que en ocasiones llega a desplazar a la consulta médica, y que va en constante crecimiento.2 Sin embargo, el uso inadecuado de antimicrobianos, además de ser riesgoso para la salud, produce cambios a nivel genético en las bacterias y/o virus, favoreciendo la resistencia antimicrobiana, es decir, un fenómeno que ocurre cuando los microorganismos patógenos no responden a los medicamentos creados para eliminarlos y estos, en su lugar, continúan multiplicándose.3 La resistencia provoca una reducción drástica de opciones terapéuticas para tratar diversas infecciones.2
Hoy en día, hasta en un 80% de casos es posible adquirir antibióticos en farmacias, sin receta o, peor aún, medicamentos que son recetados ahí mismo al momento de la compra o recomendados por amigos y familiares. Este tipo de prácticas, además de fomentar la resistencia antimicrobiana, conllevan importantes riesgos de salud como una posible intoxicación, reacciones negativas con otros medicamentos, efectos secundarios graves e, incluso, la muerte.2
Estas son algunas recomendaciones para reducir –o evitar– la automedicación, y así combatir activamente la resistencia antimicrobiana:2
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Informarnos sobre los antibióticos y el fenómeno de la resistencia antimicrobiana, el cual exacerbamos con el consumo inadecuado de los antimicrobianos.
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Los antibióticos no son, o al menos no deben ser, medicamentos de venta libre, sino siempre prescritos por un médico para combatir cuadros infecciosos originados por bacterias (no por virus).
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Es frecuente que las personas decidan tomar antibióticos para combatir virus (por ejemplo, algún tipo de gripe o la misma COVID-19) y esta no es la indicación para estos padecimientos.
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Es muy importante seguir con atención y al pie de la letra la prescripción médica de los medicamentos, en especial de los antibióticos, en la cantidad, dosis y el tiempo de tratamiento que aparecen en la receta (ni más, ni menos).
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El abuso de antibióticos, tanto por automedicación como por uso masivo en crianza de animales de producción es otro tema al que se debe prestar atención, pues contribuye al fenómeno global de la resistencia microbiana y, por lo tanto, a que los antibióticos sean cada vez menos eficientes en la eliminación de las bacterias.
Consulte a su médico.
Código GCMA: PP-ZVA-MEX-0669
